Una amiga mía me dijo una vez que el hombre que las estrellas tenían reservado para mí debería ser europeo y yo asentí.
Tiempo después, una noche a finales de invierno del año pasado, conocí al europeo. Fui a una cena y sólo quedaban tres sitios libres en el extremo de una larga mesa, los precisos para las tres que llegamos, y así fue cómo me senté frente a él.
Si en ese momento hubiera sabido que él era el europeo, me hubiera sentado a su lado, lo hubiera acariciado como si fuera un gato y lo habría embrujado para siempre.
sábado, 31 de julio de 2010
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